El pasado fin de semana ha terminado otro capitulo de mi educación en las costumbres y tradiciones típicamente londinenses: la búsqueda y captura de un piso. He dejado por fin la casa en la que estaba viviendo con mi amada familia inglesa y me he vuelto un ser independiente. Además me he alejado del peligro siempre presente de que un día se me olvidase meter el plato en el lavaplatos o cambiase por accidente la tele de canal y el hooligan se cabrease conmigo y me tirara a la calle junto con mis cosas (ver capítulo 2, anécdota del ruso). La despedida de la familia fue educada, un tanto hipócrita por ambas partes (a ver quien se cree que nos vamos a llamar para cenar algún día) y poco emotiva, salvo el perro que me había cogido cariño y yo a él a pesar de que estoy seguro de que me ha robado varios calcetines.
Buscar piso es una de las mejores formas de coleccionar anécdotas extravagantes y a veces increíbles. Si alguno cree que su vida es aburrida o que no tiene con que hacer reír a sus amigas le aconsejo que se vaya a una ciudad grande y se ponga a ver los pisos más baratos que pueda encontrar. Mis primeros contactos con el tema fueron en Madrid, donde siempre recordaré aquella extraña anciana que me trató de convencer de que un camping gas era una cocina y de que un sofá y un cojín una cama (todo en el mismo “piso”, que además eran unas 80.000 de las antiguas pesetas por mes). A veces creo que el truco es ver muchos pisos asquerosos, no porque tarde o temprano encontraremos uno increíble, sino porque tras 100 o 150 estaremos hartos y nos convenceremos de que uno de los asquerosos es increíble. El caso es que si en Madrid ya es un auténtico coñazo, en Londres se multiplica por 3, y además hay que añadir toda la carga de tener que hacerlo en inglés (que conste que es una buena práctica).
El método para buscar piso en Londres es el de siempre: hay algunas webs y algunos periódicos (caros y que salen cada poco) con ofertas. Llamas a las ofertas, los pisos buenos ya están cogidos porque hay gente que llama antes de que cualquier hombre decente esté despierto, con lo que solo quedan los residuos y te pasas las tardes y fines de semana viendo esos residuos, en transporte público y perdiéndote por barrios extraños. Si no conoces a nadie con quien irte a vivir la posibilidad más obvia siempre que no seas rico y puedas alquilarle una habitación en Buckinham a la reina es buscar una habitación en un piso compartido. Al principio era lo que iba buscando, el problema es que no conozco la mayoría de las zonas y viendo las ofertas no sabía por cual tirar. La mejor oferta de todas las que vi decía algo así: “Piso compartido en Oxford Circus (el equivalente a vivir en cibeles) con todas las comodidades. Comparte con 3 chicas, 2 Australianas y una Neozelandesa. Queremos un chico para compensar la balanza (esto es lo mejor). Somos divertidas y nos gusta la gente extrovertida. 100 libras a la semana (aunque os parezca carísimo en realidad es tirado). Escribe a Kate, Samantha o Jo en los siguientes emails”. Jajaja, que buen chiste. Escribí por si las moscas. No hubo respuesta (pero valía la pena intentarlo). Vi algunos pisos, no muchos. Me gustaría decir que eran una auténtica mierda, pocilgas, dar estadísticas del número de cucarachas y todo eso, pero la verdad es que no fueron para tanto. El problema es que casi todos tenían una o dos características que los hacían indeseables, o eran muy caros, o quedaban muy lejos o eran en una zona que no me convencía, o vivía demasiada gente o los compañeros de piso parecían los extras de Ciudad de Dios, o la habitación era muy pequeña, etc., etc. Lo que me hace gracia era la actitud comercial de los caseros que me enseñaban las habitaciones. Había alguno que me enseñaba una habitación con unos muebles desastrosos y un baño maloliente, en un edificio horrible y me decía que acababa de poner un suelo de madera carísimo que era cojonudo y que me diera prisa que la habitación le iba a volar de las manos. Lo peor es que yo con esa gente lo único que se hacer es asentir como un idiota, darles la mano, decirles que me lo pensaré y que les llamaré pronto.
Un buen día (es un decir, aquí no hay días buenos en lo que a tiempo se refiere) Muriel y Alfonso, una pareja de amigos españoles que están viviendo aquí me llamaron y me dijeron que habían encontrado un piso junto con otra gente, que estaba muy bien de precio, situación y condición, que lo iban a alquilar y que sobraban habitaciones. Hice callar a mi escéptica conciencia y fui a verlo con gran ilusión. El piso no estaba mal, aunque había que arreglar algunas cosas, era realmente barato y además estaba en Crouch End, que es donde vivía Rob el de Alta Fidelidad, lo que revaloriza mucho la zona en mi escala particular. Así que decidimos cogerlo entre ellos, dos chicas inglesas (a practicar inglés!) y yo. Pues como era de esperar, desde que lo decidimos no ha pasado un solo día sin que apareciera algún problema. Para empezar, el casero, que en realidad es un empleado de una especie de agencia, es ridículamente borde y hasta parecía que le molestábamos intentando alquilarle el piso. Nos pidió un montón de referencias personales. Es que aquí, en Inglaterra, muchas cosas funcionan a base de referencias. Las referencias son cartas (pueden estar escritas a puño y letra) que dicen que eres un caballero (en serio, tengo una de la señora de la familia que me llama gentleman, es surrealista), que has trabajado en nosedonde, etc. Supongo que el hecho de que alguien se pueda fiar de algo así en España haría que se descojonase todo el mundo en el acto, pero aquí es como funcionan las cosas. Después de lo de las referencias pasó más o menos de todo. Se retrasó la fecha de la firma 4 veces, no nos poníamos de acuerdo con las habitaciones, tuvimos que pelear para que el casero arreglase ciertas cosas (que solo ha arreglado parcialmente), una de las inglesas se echó atrás el día anterior... Yo veía la mano de Dios, ese cabrón, detrás de todo. A pesar de que yo ya estaba convencido de que no, al final todo acabó medio solucionándose y tuvimos nuestra firma estampada en un contrato de alquiler. A propósito, ¿a nadie le parece que esta historia de firmar es prehistórica? ¿Realmente vale para algo el escribir un garabato en alguna parte? Si es así, la verdad es que es algo que da bastante miedo si lo piensas, en la era de los ordenadores, internet, las depiladoras laser y los politonos con villancicos el medio de identificación más importante y usado es un movimiento semiparkinsoniano que esboza algo inenteligible en un trozo de papel... Curioso, pero no nos desviemos del tema. Ahora estamos viviendo en el piso, Muriel y Alfonso (Muri se va en dos días, snif), Natasha, una chica inglesa que es muy maja, Rocío, una chica mejicana que encontramos de casualidad y yo. Somos todos creciditos y responsables así que no creo que haya problemas de ningún tipo entre nosotros. La pena es que el piso no tiene salón (el salón es una de las habitaciones, por eso sale tan barato) y sólo tiene un baño, con lo que tanto las fiestas como las visitas están limitadas (aunque supongo que al final habrá fiestas y visitas por doquier).
Por otra parte, he dejado la escuela. Era demasiado cara para lo poco que aprendía. Me habían puesto en el nivel más avanzado, pero entre que la profesora no me gustaba y que mi balance financiero me estaba empezando a preocupar (sino asustar), decidí dejarlo. Puedo estudiar inglés en casa, además ahora tengo suficientes amigos que hablan inglés como para poder practicar frecuentemente. Estos días estoy terminando mi currículum y pronto empezaré a buscar trabajo (tras lo cual estoy seguro de que caerá otro capítulo en este diario porque me pasarán cosas absurdas como siempre). Un nuevo episodio de mi vida se abre ante mi, un nuevo comienzo, un nuevo mundo lleno de cosas exóticas como los turnos para fregar el baño, aquí, en Londres, en Crouch End.
miércoles, noviembre 24, 2004
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